Busquémosle en todo tiempo | Charles Spurgeon
Por: Charles Spurgeon
«En su angustia me buscarán». Oseas 5:15
Las pérdidas y las adversidades son a menudo los medios que el gran Pastor utiliza para conducir al redil a su oveja perdida. Esas adversidades, como perros rabiosos, acosan a los extraviados, haciéndolos regresar al aprisco. No se puede domar a los leones cuando están muy bien alimentados: hay que abatir su fuerza y reducir la ración para sus estómagos; entonces se someterán a la mano del domador.
Muchas veces hemos visto a los cristianos llegar a ser obedientes a la voluntad del Señor por medio de la escasez de pan y los duros trabajos. Cuando están ricos y llenos de bienes, numerosos creyentes llevan sus cabezas demasiado erguidas y hablan con mucha jactancia. Como David, se vanaglorian diciendo: «No seré conmovido».
Cuando el cristiano se enriquece, tiene buena reputación, goza de buena salud y tiene una familia feliz, con demasiada frecuencia, admite también al Sr. Seguridad Carnal para que se deleite a su mesa; y, entonces, si realmente es un hijo de Dios, hay una vara preparada para él. Aguarda un momento y quizá veas como sus bienes se desvanecen como un sueño. Ahí va una parte de su posesión: ¡Qué pronto cambian los bienes de mano! Esa deuda, esa factura impagada: ¡Cuán rápidamente se suceden sus pérdidas! ¿Dónde terminarán? Es una bendita señal de la vida divina cuando, al presentársele esas dificultades, el creyente empieza a afligirse por su apostasía y acude a su Dios. ¡Benditas las olas que purifican al marinero sobre la roca de la salvación! Las pérdidas en los negocios se ven a menudo santificadas para el enriquecimiento de nuestras almas. Si el alma elegida no viene al Señor con las manos llenas, vendrá a él vacía.
Si Dios en su gracia no encuentra otros medios para que lo honremos entre los hombres, nos echará en el abismo. Y si no lo honramos en la cumbre de las riquezas, nos llevará al valle de la indigencia. Sin embargo, no desmayes, tú heredero del dolor, cuando así se te reprende; reconoce más bien la mano amorosa que te castiga y di para ti: «Me levantaré e iré a mi Padre».
Tomado de “Lecturas vespertinas” pág. 216
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Bendito sea el Dios de la Biblia, que ha prometido todas estas cosas a sus hijos.